Cuando los Indios Verdes fueron expulsados de Reforma

28 septiembre, 2019

No hay estatuas en la Ciudad de México que hayan cambiado tanto de ubicación como Iztcóatl y Ahuízotl, los emperadores de Tenochtitlán. El par de monumentos, cada vez más verdes y cada vez más marginados, empezaron en el Paseo de la Reforma y acabaron en el Parque del Mestizaje. Ésta es la historia de dos estatuas que han permanecido juntas en el infortunio  

@ignaciodealba 

Hubo una época en que la nación estaba contagiada por el virulento oficio de colocar estatuas. Los hay de todos los héroes patrios o al menos de los 500 más importantes, hay réplicas en cada capital de los estados y en la mayoría de nuestros municipios. Las hay feas y pretenciosas, incluso hay de villanos como Vicente Fox o Carlos Salinas de Gortari.

Entre las favoritas de los mexicanos están las de Miguel Hidalgo o las de Benito Juárez, las hay austeras y otras que se hicieron con lustroso empeño. Pero en la patria no hay estatuas más verdes que las de Itzcóatl y Ahuízotl, esculpidas en 1889. 

Ese año, México se preparaba para la Exposición Universal de París, donde los países asistentes presentarían adelantos tecnológicos y de construcción (en esa muestra se presentó la Torre Eiffel). La delegación mexicana ideó decorar su pabellón con figurillas y estatuas prehispánicas. El escultor Alejandro Casarín fue el encargado de la creación de los emperadores mexicas para llevarlas al viejo mundo. 

Pero por razones desconocidas las estatuas de Itzcóatl y Ahuízotl no viajaron a París y el gobierno mexicano decidió colocarlas en el Paseo de la Reforma, donde confluyen las avenidas Juárez y Bucareli.

Vale la pena decir que ese patriotismo que México quería demostrar en el extranjero era muy sentido, al menos, por el escultor Casarín. El patriota artista combatió en su juventud al ejército napoleónico que invadió México. Luego se convirtió en un caricaturista liberal, pintor y escultor, y encontró la muerte de una manera formidable: retó a un duelo a un francés por faltarle el respeto al himno nacional mexicano y perdió. 

Itzcóatl fue un destacado militar convertido en tlatoani que liberó a los mexicas del señor de Azcapotzalco. Casarín lo representó como un guerrero; en una de las manos lleva un macuahuitl, que es una especie de mazo con incrustaciones de obsidiana utilizada para guerrear.

Por su parte, Ahuízotl fue un hábil negociante y economista de Tenochtitlán, que fue representado con un calzón de manta y bastón, un musculoso señor de mirada impávida.

La cuestión es que la alta sociedad de la capital mexicana no vio con buenos ojos que en el boyante Paseo de la Reforma, construido en tiempos de Maximiliano, se instalara a un par de indios. En ese corredor tenían sus casas las familias de abolengo, como los Braniff, Scherer, y Terrazas.

Las estatuas de más de tres metros de estatura y tres toneladas de peso empezaron a tornarse verdes por la oxidación y fueron expulsadas del vecindario de moda en la Ciudad de México en 1902. La sociedad porfirista las mudó a las afueras de la capital.

Las efigies color aceituna estuvieron en la Calzada de la Viga, hasta que se empezó a urbanizar esa zona. En 1920 fueron trasladadas a Insurgentes Norte, donde los colosos verdes despedían a los chilangos que iban a Pachuca. 

En 1979 las estatuas fueron removidas nuevamente porque se ensanchó la carretera federal que salía al estado de Hidalgo. Entonces se dispuso que Itzcóatl y Ahuízotl se mudaran a donde ahora está el Metro Indios Verdes. Para este momento de la historia, no queda ni rastro del color marrón que originalmente tenía el bronce de los tlatoanis.

Las esculturas tuvieron que dar espacio a la construcción del Metrobús y fueron mudadas por última vez en 2005 al llamado «Parque del Mestizaje».

Itzcóatl y Ahuízotl estuvieron errantes por la ciudad durante 130 años. Ahora comparten un jardín con Sancho Panza y don Quijote de la Mancha. 

El sitio que ocuparon inicialmente en el Paseo de la Reforma ahora está ocupado por un “antimonumento” dedicado a los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos por elementos del Estado; un símbolo de la atroz realidad de nuestro país.

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).