El trabajo en equipo, la argumentación y la toma de decisiones son capacidades complejas que están vinculadas a la vida en sociedad, y que deben perfeccionarse y volverse eficientes para que con ellas podamos lograr objetivos individuales, pero también grupales. Del perfeccionamiento que vayamos logrando de habilidades como votar, elegir, opinar, etc. dependerá que en la vida adulta podamos tener una participación social que enriquezca nuestros vínculos asociativos con los demás. La familia y la escuela son espacios donde inicia la formación de estas habilidades
Por: Patricia Ganem Alarcón * / MUxED
La vida adulta en sociedad requiere desplegar una serie de habilidades complejas cuyo desarrollo inicia desde la infancia. Entre ellas están la capacidad de trabajar en equipo, argumentar las propias ideas (para poder defender un punto de vista en el contexto de un debate) y tomar decisiones. Es decir, se trata de capacidades relacionadas con la participación social y la posibilidad de influir en la comunidad. A ellas me referiré en este texto.
Trabajar en equipo no solo significa trabajar al lado de otra persona; defender una postura no solo implica opinar; y tomar decisiones no solo se concreta cuando elegimos entre varias opciones. Cada una de estas capacidades involucra a otras personas y tiene consecuencias grupales; sin embargo, casi no pensamos en ello. Es común, incluso en el ámbito familiar y escolar, que pensemos en alcanzar propósitos individuales y practiquemos una serie de estrategias para el lucimiento personal, más que en sumar esfuerzos para que todos salgamos beneficiados.
Estas tres capacidades se pueden ver comprometidas por el individualismo y la estrechez de miras en nuestra sociedad. Al ejercerlas sólo desde la búsqueda del beneficio personal se pierde la claridad sobre su efecto en las demás personas. Como resultado, aunque la participación social pueda ser activa, existe el riesgo de que, sin información y análisis adecuados, el impacto sea perjudicial para los demás actores.
Por ello, es necesario tener en cuenta que para ejercer el trabajo en equipo, la argumentación y la toma de decisiones de manera eficiente y asertiva, se requiere de otras habilidades que a lo largo de nuestra vida vamos a observar, practicar y desarrollar, y que se sumarán e integrarán entre sí para lograr nuestras metas personales, familiares, profesionales, etc., tanto a nivel individual como grupal. Son habilidades que deben perfeccionarse para enriquecer nuestros vínculos asociativos y alcanzar nuestras metas. Entre ellas están la capacidad para diagnosticar una necesidad, proponer, intervenir, votar, participar, buscar información, representar, convocar y transparentar.
Cada una de estas habilidades requiere práctica, modelado y un proceso de maduración. No se puede esperar que, por el simple hecho de existir en el catálogo de posibilidades humanas, estas habilidades aparezcan en el repertorio de las personas de la noche a la mañana, y sean utilizadas de forma consciente y asertiva cuando las situaciones lo requieran.
Como mencioné, estas capacidades y habilidades las enmarco dentro del gran campo de la “participación social”, entendida como la intervención activa de los diversos actores que coinciden en un momento determinado, en un espacio específico y para tareas muy concretas (en el espacio familiar escolar, laboral, etc.).
El desarrollo, desde la infancia, del sentido de pertenencia, de la conciencia del impacto de nuestras acciones, de la consideración por las demás personas y del aprecio del trabajo en conjunto posibilitará que transitemos a la adolescencia y a la edad adulta con mayor capacidad de reflexionar y valorar la participación social para defender y lograr objetivos comunes.
La participación social, que busca ciudadanos que tomen decisiones en el manejo de los recursos y en acciones que tienen un impacto directo en el desarrollo de su comunidad, se ha convertido en parte estratégica de las agendas de diversos países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo. La participación social puede ayudar a orientar el establecimiento de objetivos, planes y programas sociales en las instancias gubernamentales, y también permite el surgimiento de organizaciones no gubernamentales que participan activamente en los procesos de toma de decisiones, en la gestión y en la evaluación de éstas, y se aseguran de la transparencia y rendición de cuentas.
En la actualidad, la participación social representa una de las estrategias de mayor impacto en el desarrollo de las sociedades, debido a que su ejercicio resulta en una población informada, consciente y motivada hacia la crítica, con valores culturales proclives a la construcción de un modelo de Estado orientado por los principios de la democracia participativa.
Según Lima (1988, p. 9), la participación social consiste en «la asociación de individuos en alguna actividad común destinada a obtener beneficios personales de orden material o inmaterial». En esta descripción se destaca la asociación para llegar a un objetivo determinado como la esencia de la participación social, en la que un grupo de individuos con un objetivo común orienta sus esfuerzos hacia la consecución de una serie de beneficios, tanto personales como grupales, que pueden ser de orden material (por ejemplo, una utilidad económica) o inmaterial (por ejemplo, la formación de valores en la comunidad).
Por su parte, Alicia Ziccardi (1998, p. 29) afirma que la participación social «supone la asociación de individuos para lograr determinados objetivos y es diferente a la participación ciudadana, que se reserva a la relación entre los individuos y el Estado, relación que pone en juego el carácter público de la actividad estatal» En este caso, la autora mantiene la esencia de la asociación de individuos para lograr objetivos, pero marca la diferencia con la participación ciudadana, que se relaciona con la gestión gubernamental. Esto puede suceder sin que se afecte la autonomía de los participantes en la toma de decisiones respecto a la aplicación de medidas regulatorias por parte del Estado.
Un tercer concepto de participación social establece que es “la capacidad que tiene la sociedad de involucrarse en la cosa pública y así aumentar su grado de influencia en los centros de decisión y ejecución respecto de las materias que le afectan. La participación social es interés, conocimiento y acción; implica responsabilidad y evita el conflicto” (Castelazo, 1992, p. 97). Aquí se enfatiza el grado de influencia que tienen las asociaciones en asuntos públicos y su capacidad para intervenir en ellos, aportando interés, conocimiento y acción. Asimismo, se plantea la necesidad de la actuación responsable, con el fin de evitar conflictos que atenten contra los intereses comunes.
Considerando los niveles de responsabilidad y compromiso que adquieren los miembros de los equipos dentro de la participación social, ésta puede definirse como “el involucramiento psicológico de las personas en situaciones de trabajo en equipo que los estimulan a contribuir a alcanzar las metas del equipo y a compartir la responsabilidad de estas” (Davis y Newstrom, 1988, p. 79). La participación social se ve como un involucramiento psicológico, en el que entran en juego una serie de factores como la motivación, el interés o los valores que estimulan a los participantes a establecer compromisos para alcanzar las metas comunes, asumiendo su responsabilidad y su papel protagónico.
Es innegable la responsabilidad de todos los ciudadanos de seguir profundizando en la adquisición y perfeccionamiento de las capacidades y habilidades que se requieren para participar socialmente, y en esto es clave la educación. La participación social requiere información y análisis, no puede basarse únicamente en buenas intenciones o en ocurrencias. Debemos revisar los escenarios en los que niñas, niños y adolescentes nos observan actuando en forma tanto individual como grupal, ya que eso modela sus comportamientos futuros. También debemos propiciar el desarrollo sostenido de estas capacidades y habilidades para que al llegar a la vida adulta éstas no lleguen empobrecidas, lo cual tendría como consecuencia la posible manipulación por parte de grupos de poder.
En suma, todos tenemos que seguir profundizando y reflexionando sobre cómo contribuir a la educación para la participación social.
Y usted, ¿qué opina?
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*Patricia Ganem Alarcón es integrante de MUxED. Estudió la licenciatura en la Escuela Normal Francés Pasteur y en la Escuela Normal Superior F.E.P. Cursó la Maestría en Pedagogía Terapéutica Superior en la Universidad Pontificia Comillas; así como la Maestría en Investigación y Desarrollo de la Educación en la Universidad Iberoamericana y el Doctorado en Medida, Diagnóstico y Evaluación de la Intervención Educativa en la Universidad Anáhuac. En la Secretaría de Educación Pública se desempeñó como secretaria técnica del Consejo Nacional de Participación Social en la Educación y como directora general para la interlocución con los docentes. Es fundadora de Grupo Loga (Servicios de Capacitación y Asesoría Pedagógica), organización en la que actualmente se desempeña como directora general.
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Referencias
Avritzer, L. (2002). Democracy and the Public Space in Latin America. Princeton University Press.
Balbuena, A., y Fragoso, L. (2010). Las figuras de la participación ciudadana en México. En B. Revuelta y F. Patrón (coords.). Democracia participativa. Visiones, avances y provocaciones. Instituto Federal Electoral. http://seciudadano.ife.org.mx/docs/CDD_DemocraciaParticipativa_2010.pdf
Castelazo, J. (1992). Ciudad de México: reforma posible. Escenarios en el porvenir, Instituto Nacional de Administración Pública.
Davis, K. y Newstrom, J.W. (1988). El comportamiento humano en el trabajo. McGraw Hill.
Lima, B. (1988). Exploración teórica de la participación. Editorial Humanitas.
Ziccardi, A. (1998). Gobernabilidad y participación ciudadana en la Ciudad Capital. Instituto de Investigaciones Sociales UNAM.
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